La dama del mar

                                

La dama del mar


Siglos atrás, en las islas de Albión,
muerto Guillermo que cuarto reinó,
se halla Victoria en el trono que vio
Gales consigo juntarse en unión.
Ido el eón de naval corrupción,
muerto el pirata que más aterró,
bravo y temido pues cienes finó,
reina un imperio en constante expansión.
Pocos quedaban de armas tomar,
barcos singlar al cañón del inglés,
y hondos tesoros del reino robar.
Pocos quedaban, hispano o galés,
que alto botín recorriendo la mar
todo quisieran tomar del marqués

Fue en ese tiempo, en la barra de un bar
cerca de un puerto de la isla de Man,
que ocho marinos que ahora no están
hondas cervezas veías tomar.
Bella regente reinaba el lugar:
nieta de un vil y feroz capitán,
Cuervo llamado en la isla de Man;
esa a quien llaman la Dama del mar.
Era una noche de frío invernal
esa en que un ebrio pirata le habló
mil maravillas del mar sin final
de índole varia, y Eliza se vio
pronto enfrentada a un deseo caudal
de ir a observar todo aquello que oyó.

Muchas de tantas historias que allí
presto contaban con jarras de alcohol
pronto tornaron su mente en crisol
de ansias de ver con sus ojos Malí.
“Malo será que me quede yo aquí.
¡Cuántas las ganas de hallarme en Ferrol!
¡Todo el planeta a mi mando y control!
¡Llegue mi barco hasta tierra suní!”
Y esto pensando siguió con su bar,
día tras día mirando hacia el fin
de eso que había pasado el lindar.
Libre gozando de cada confín
ella empezó a imaginarse y pensar
cómo de hermoso sería Pekín.

Harta de esperas, salió del local
toda dispuesta a con prisa partir;
de esa y de aquella nación convertir
sendos tesoros en bien personal.
“Pero”, pensó, “navegare yo mal
falta de un barco apropiado, y urdir
próspero asalto por tal conseguir
mía será la misión principal.
Esos, los pasos de aquél que me crió,
yo deberelos seguir y volver
mía su fama como hombre que hundió
casi quinientos navíos de ayer.”
Y, esto diciendo, muy lista pensó
cómo podría un bajel detraer.
 
De esta manera logró recordar
que a unos marinos su abuelo prestó
suyo servicio y jamás recobró
todo cuanto a ellos cedió tras mandar
a esos piratas por Cristo jurar
le devolver todo aquello que dio.
Claro resulta por eso que urdió
que esa promesa falló a terminar.
Díjose Eliza: “habré de tener
maño regalo de aquél capitán
si ese granuja perdón quiere haber
tanto después de robarle su pan,
suyo el sustento y caudal detraer”,
yéndose en busca del pravo de Iván.

Pronto encontró al sinvergüenza de Iván,
ebrio bebiendo en un viejo burdel;
toda furiosa exigió al timonel
barco con que ir hacia el sur musulmán.
Alto rióse el pirata holgazán
de esa señora pidiendo bajel
y otra jarrita llenó del tonel.
Díjole Eliza: “servil de Satán,
me has de pagar lo que el Cuervo te dio”.
Y esto escuchando le dijo el bribón.
“¿Cómo olvidarme de cuánto apoyó
mía la empresa tu abuelo con don
tan generoso que sola tornó
toda posible mi empresa y misión?”

“Siendo que tienes recuerdo de él,
es de rigor que se cumpla tu voz.
¡Dame lo mío tan presto y veloz
que hagas que olvide que te he de ser cruel!”
Y esto diciéndole Eliza al infiel,
este le dijo con tono feroz:
“¿Serme cruel, esmirriada precoz?
Suerte disfrutas por serme novel.
Ten por seguro que en otra ocasión
de un chasquear de mis dedos vendrán
y ese tu cuerpo quedare sin ron
de ese bermejo que a tiros harán
todo verter sobre el suelo marrón
diez marineros que a mi orden están”

“¡Cierra el hocico, parlante bufón!
Dame lo mío y me habré de ir de aquí
presta sin ser un dolor para ti.”
díjole Eliza con toda intención
de a ese deudor despertar la emoción.
Puede inferirse por eso que ahí
tuvo lugar que le entró en frenesí,
ciego de cólera uniósele al son,
y alta pelea entablaron los dos:
sables, disparos y sillas también
fueron las armas que dieron a Dios
muerto el cadáver de aquel que rehén
fue de Soberbia hasta su último adiós,
más que seguro esquivando el Edén.
 
De él tuvo aquello que tanto anheló
todo ese tiempo de tanto pensar.
Presta y sin pausa corrió hacia el lindar
vasto del mar con que tanto soñó.
Visto su barco subiose y miró
cuán infinito mostrábase el mar
y harta de esperas se puso a buscar
diez marineros que pronto encontró.
Nueve eran hombres, y la otra mujer,
todos sabidos del arte ancestral
de ir por los mares y se no perder.
Gran compañía y mayor capital,
claro auguraban que habían de haber
de ellos tesoros del viaje al final.















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