Elizabeth

                  

Elizabeth


¡Oh Eco, yo te invoco!
Te quiero preguntar por tus razones
(que a mi ver son de loco)
para negar dicciones
a Eliza, y despojarla de tus dones.

¿Qué te puede haber hecho
que así pudiera herirte y ofenderte
y tomases a pecho
para darle la suerte
que le diste y siquiera conmoverte?

En verdad, no lo entiendo.
Es vil, cruel, atroz, fatal, perverso
negarle al pobre viento
que haya consigo el verso,
la música y la voz de ese universo.

Cuanto menos, me calmo,
porque sé que le queda la escritura,
que sustituye al salmo,
a la palabra pura,
y permite que emane su dulzura.

¡Cuán necia eres, Eco!
Pobre de ti, que salen mal tus planes,
porque les hay un hueco:
no entraba en sus afanes
que el silencio aplacase sus volcanes.

Fuego interno, fulgente,
brilla en ella incesante y bien sereno;
y en verso reluciente
hará lo suyo ajeno
y hará del mundo su alma y ser en pleno.














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