Sextina
No escribe ni mi mano ni mi espíritu
pues una y otro están en esos campos,
quizás elíseos o quizás tartáricos,
que guardan a las almas de los muertos
y no conmigo, pues en este día
me pueden las penurias y dolores.
Cuando pienso que marchan los dolores,
cual burla celestial contra mi espíritu,
más letales me achacan ese día
dejándome como esos que en los campos
de tanto trabajar terminan muertos
mandados por edicto y rey tartáricos.
¡Oh, monarcas celestes y tartáricos,
confesadme el porqué de estos dolores!
Si aquellos que en las cruces fueron muertos
tornaron al divino hijo en espíritu
y están en el más frío de los campos,
¿peor obré yo que ellos algún día?
No pretendo saber si en este día
son o no aquellos dáimones tartáricos
quienes mueven mis dedos por los campos
del papel, y no yo, por mis dolores;
confórtome en pensar que, si en espíritu,
son mis dedos quienes escriben, muertos.
¿Los oís desde el mundo de los muertos?
¿Alcanzará su voz la luz del día?
Si no en voz, que cuanto menos en espíritu
alcancen más allá de esos tartáricos
calabozos en que entre mil dolores
son forzados a andar por píreos campos.
No obstante me parece que los campos
inmensos del infierno y de los muertos
acallan sus querellas y dolores
a oídos de quien vive bajo el día,
y mueren en sus féretros tartáricos
en silencio, acallado el suyo espíritu.
Y, a la memoria muertos y en espíritu
yacen en este día en esos campos
librados de tartáricos dolores.
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