A una buena amiga, porque me felicitó por mi cumpleaños un día antes de lo que debería.
¡Me felicitas por los diecinueve
un día antes de lo que debieras!
¡Fue en un catorce, que no un trece el día
en que vine a este mundo cual estrella!
Y no obstante, te digo:
Cuanto dices traspasa toda fecha
y barrera de tiempo.
Te voy a confesar que no te hubiera
leído hasta mañana
de no ser porque un algo que me era
ya algo lejanamente familiar
me llamaba a ti, y eran
aquellos incansables tiriteos;
nerviosismo de fiera
que se prepara para huida o lucha;
de metal una cuerda
que me anuda el estómago
pero, en vez de tornarme el alma muerta
a causa de la inanición causada,
la alimenta y alegra,
la sobrecoge en regocijo y gloria
tanto y con tal potencia
que es opio para mí;
sentires indescritos por la ciencia
ni la filosofía
que, hablando en otras fechas
y diciéndonos las bellas palabras
que nos decimos cuando en confidencia,
me invaden todo el cuerpo.
Y dime, de tan buena carcelera,
de tan robusta jaula,
de prisión tan gigante y duradera
¿cómo iba yo a escapar?
Y heme aquí, la fiera
temorosa, el nudo bien ligado
y esos bellos sentires que la ciencia
todavía no explica
con una mayor fuerza
en mi cuerpo enraizados.
Habiéndote leído, mi poeta,
que aun sin verso ni estrofa no me hay duda
que no hay otra manera de llamarte,
más no diré que: mi alma toda entera,
mi ser y esencia íntegra
entró en una alegría tan, tan plena
que no supe evitar
escribirte un poema,
aun si humilde y sin tanta preciosura
como sí que han tus letras,
en agradecimiento
por, tras todo este tiempo sin conversa
en que tiempo y espacio se impusieron
como anchisima brecha
entre uno y otro ser,
las palabras que, bellas como ellas
solas podían ser,
me has querido enviar. Pues bien, que sepas
que no pienso quedarme estanco, quieto
ante esta linda ofrenda.
Sabe bien que, más pronto que no tarde,
sabrás de mi y mis versos que, cuenta
con ello, sobre ti
serán, mi amada reina.
No me cabe en el cuerpo ya el deseo
de poderte volver a ver, la espera
se está haciendo infinita.
Pero sé que se va a acabar la espera
y más pronto que tarde,
y será tan perfecta
la hora en la que vuelvas
que se abrirán los cielos
y cantarán tu vuelta
los ángeles de Dios y de Yavé.
Será pues, cuando vuelvas
que, tras un largo abrazo,
tal como Dios querría que ocurriera,
cuarenta días y cuarenta noches
tendremos de conversa
sobre las mil y cien
cosas que, tanto allá por do tu tierra,
como en ese akelarre,
como en esa visita de tu abuela
estoy seguro hubieron de ocurrir.
Y, con esto, termino ya el poema;
no quisiera aburrirte
con demasiadas letras
ni decir demasiado
las cosas que, aun si ciertas,
de tanto repetir se desvirtúan
y en el lodo se quedan
del "quiero decir esto
mas palabras no quedan
para decirlo bien".
Ahora sí, adiós, mi buena reina;
mejor dicho, hasta pronto,
que próxima es tu vuelta
y en la misma manera mi alegría
crece cada verbena
en descansar sabiendo
que mañana estarás algo más cerca.
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