Uno, solo uno, solo; uno, solo
¡Cuán tristes son los números impares!
El uno entre los doses,
ese uno apartado de los treses
porque hay entre los otros dos más roce.
Me compadezco de ese pobre uno,
ese al que nadie acoge,
que de nadie recibe compañía,
al que le falta un nombre... sí, un nombre
que poder exclamar hinchado en éxtasis.
y poder decir: «es mi hombre»
o, quizá decir: «esa es mi mujer».
También son trágicos los treses: cogen
lo más feo del dos, y a eso añaden
un triste uno. ¡Pobre uno, pobre!
Me han dicho alguna vez ser singular:
lo creo cierto, pues no he dos ni roce
ni un alguien que me acoja,
ni tengo una mujer ni tengo un nombre
que pueda aullar al cielo y tras de él diga:
«es este el más feliz de los amores,
y yo soy el más tierno enamorado.
Envidiadme, oh cielos, oh dioses,
porque soy más dichado que vosotros
y el más feliz de todos los señores»
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